PROVIDENCIA
Creemos firmemente en la providencia de Dios. Al declarar nuestra confianza en su providencia, reconocemos su mano divina en la creación y la expansión del cosmos. También la celebramos en los detalles más mínimos que él orquesta por nosotros todos los días.
Reconocer el cuidado pastoral de nuestro Salvador nos conduce a una firmeza gozosa. O, ¿sería mejor decir, “un gozo firme?” El énfasis ha de ser en nuestro gozo… momento a momento. “Este día está consagrado a nuestro Señor, así que no estén tristes. El gozo del Señor es nuestra fuerza.” (Nehemías 8:10 RVC) En mis primeros años de ministerio me esforzaba más a tener la razón que disfrutar de su presencia en mi. El gozo del Señor es nuestra fuerza.
No hay ningún momento que sea enteramente bueno ni enteramente malo. Elementos de ambos extremos siempre están presentes. Lo sentimos en nosotros mismos con la tensión carne/espíritu que vivimos cada momento. Es una mezcolanza imposible de reconciliar. Resolvemos estas contradicciones en nuestra comunión (reconciliación) y comunión con Dios. Quiere que caminemos con él todos los días. Pretende que seamos gozosos… todos los días. Cada momento es una oportunidad para estar presente… encarando todo… respirando todo… abrazando todo… y con una sonrisa, repitiendo el mantra de Carol: “PODEMOS CONFIAR EN DIOS.”
PUNTO DE PARTIDA
¿Qué nos motivó a buscar a Dios? ¿Por qué abrazamos al Señor Jesucristo? Pues, fue porque nos convencimos de que habíamos descubierto aquella teoría unificada de todo… la que explicaba todo en cuanto a la vida, la muerte, y la eternidad. Dios, en su amor infinito, permitió que lo viéramos… y que en él descubriéramos nuestra razón de ser. Desde el nacimiento hasta el sepulcro, en la cruz de Cristo, descubrimos la respuesta para todo.
Por tanto, cuando repentinamente nos encontramos en una situación radicalmente distinta, no es inesperada. Aun nos encontramos en tierra firme. Siempre sabemos—aun en medio de lo más impensable—que nada sucede fuera de la providencia divina. A Dios, nada lo agarra desprevenido. No es olvidadizo. No es desatendido.
¿Qué recompensa tendremos nosotros que llegamos a la vejez? Hay muchas, pero, ¿la que se destaca? Mientras más años vivamos, más pérdidas sufriremos. Sin embargo, para los que estamos en Cristo, sabemos que nos volveremos a ver al otro lado. “Porque habrá quienes vengan del oriente y del occidente, del norte y del sur, para sentarse a la mesa en el reino de Dios.” (San Lucas 13:29 RVC)
Por eso, no decimos Adiós, sino Hasta luego.