Hace unos 1600 años, Agustín escribió una obra titulada, “La Ciudad de Dios.” Para mi, no es una lectura fácil. Lentamente voy avanzando en formato de audio. A veces me ayuda a dormir mi siesta. Pero, en la primera parte del libro me llama la atención el tema de unos capítulos breves. Agustín trata el martirio como el pan diario de los seguidores de Jesús: cómo encararlo… cómo prepararte… cómo preparar a tu familia… cómo dejar un testimonio claro para Jesús hasta en la hoguera. Hoy en día, no vemos libros a la venta sobre este tema. Imagínate algo como: “10 Pasos para una Muerte Exitosa.” Paso 1: Prepárate bien. Si fallas en la primera, no te darán chance de otra. Paso 2…??
Puede ser necesario replantear cuál va a ser nuestra postura ante el tema del sufrimiento. Comúnmente, llevamos una actitud de que el mundo y la vida nos deben—y, casi que Dios también, ¿no? No ayuda que vivimos en una cultura ahogándose en el consumismo.
Si logramos apreciar quién y cómo es el Señor para nosotros, nuestra reacción al dolor ya no tiene que ser: “Dios, esto duele, ¡quítamelo!” Cuando decimos “Ya toqué fondo,” habrá mucha gente que se ría nada más. Pues, no estamos ni cerca del fondo todavía. Cuando nos permitimos alzar los ojos y ver cómo y cuánto sufren actualmente muchos millones de personas en el mundo, ¿cómo no darle gracias a Dios por cómo sea nuestra vida hoy?
EL GRITO Y cuando sus hijos fueron matados… la madre israelita, palestina, iraní, armenia, siríaca, ucrania… pegó los mismos gritos, derramó las mismas lágrimas. lo menos que podemos hacer es reconocer su dolor.
A una emigrante reciente de Ucrania a Estados Unidos le preguntaron: ¿Qué es lo que destaca aquí como diferente? ¿Su respuesta? “El cielo está quieto.” Tal vez nos haga falta una temporada de cohetes rompiendo el silencio con sus chillidos, explotando segundos después en nuestro vecindario, destruyendo casas, matando a personas que conocemos, llevando a familiares propios. ¿No nos tocó esta vez? Pues, para la próxima, ¿quién sabe?
Como decía… toca un replanteamiento de cómo reaccionaremos ante el dolor que temprano o tarde nos alcanzará. Cualquiera que sea la prueba presente, recordemos: es normal. Es parte de la experiencia humana. No hay un dios caprichoso y vengativo que te esté fregando como si fueras un caso único.
“Amados hermanos, no se sorprendan de la prueba de fuego a que se ven sometidos, como si les estuviera sucediendo algo extraño. Al contrario, alégrense de ser partícipes de los sufrimientos de Cristo, para que también se alegren grandemente cuando la gloria de Cristo se revele.” (1 Pedro 4:12-13 RVC)
“mientras decía: «Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré al sepulcro. El Señor me dio, y el Señor me quitó. ¡Bendito sea el nombre del Señor!»” (Job 1:21 RVC)
¿Por qué se nos dificulta tanto decir lo que dijo Job… y vivirlo?
La primera reacción a lo impensable puede ser: ¿Cómo es posible? Luego de componernos un poco, decimos: “Gracias, Señor. No entiendo, pero confío en ti. Como sea mi vida en este momento, Señor, nada se compara con lo que me espera al otro lado contigo para siempre.” Esta perspectiva santificada solo es posible si miramos arriba y permitimos que el Señor nos muestre lo insignificante de nuestra situación presente comparado con lo que viene después.
Se requiere una dosis fuerte de mansedumbre…