El discipular se hace con ciertos fines en mente: estar con él - Marcos 3:14… perfectos en unidad - Juan 17:23… perfecto en Cristo Jesús - Colosenses 1:28.
La paradoja: Nuestros métodos no son muy metódicos. Es más… el discipular desafía nuestros conceptos de metodología. Por ejemplo…
Tenemos una misión a cumplir… pero no se logrará por la fuerza.
Mandato hemos recibido para encaminar a otros a Cristo. Procuramos el desarrollo de un discípulo hasta su madurez espiritual. Se da por sentado que tal madurez incluirá una disposición de ser a su vez hacedor de discípulos.
Sin embargo, el discipulado no es un campo de entrenamiento para reclutas de Marina. No se trata de ‘todos en un mismo saco… doblegar sus voluntades... marchar al mismo ritmo… y responder a una voz de mando sin vacilar.’
Por eso… cuando nos reunimos, no es tan solo para trasmitir una cantidad de información preestablecida. No es un simple ‘10 lecciones de una hora por 10 semanas y adelante al siguiente nivel.’ Mejor es estar atentos en el momento, dispuestos a entrar por cualquier puerta que se nos abra a un espacio más íntimo… donde el Espíritu Santo quiera ministrar profunda y plenamente.
Somos intencionales… pero no somos brutos…
Es un equilibrio difícil de sostener, ¿no? Si Jesús es lo mejor de lo que sucede en nuestra vida, pues, ¿cómo no hablar de él con mucho entusiasmo? El balance apropiado proviene de siempre respetar el espacio personal de nuestro discípulo.
Dios a nosotros nos dio el uso de la razón y el libre albedrío, con el fin de que eligiéramos el camino a seguir. A mi prójimo, Dios le ha dado el mismo espacio… para buscar a Jesús o no… para servir a Dios o no. Ese espacio sagrado no nos pertenece a nosotros… invadirlo no podemos.
Para los que nos sentimos cómodos con palabras como “llamado eficaz,” ha de ser más fácil entender este punto. Hasta debería ser un lugar de reposo. Al compartir el mensaje del evangelio, nos sonreímos por dentro… pues sabemos lo que puede hacer el Espíritu Santo con nuestras palabras… siempre que quiera.
Abrazamos la libertad… pero evitamos la anarquía…
Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. 2 Corintios 3:17 (RVR60)
Será una libertad en que no haya distorsión… ni una simplificación excesiva. Si nos ponemos en un plan demasiado creativo, terminaremos como una pintura tipo Picasso—mucho color fuerte, pero ¿qué es? Tampoco podemos permitir que el discipulado acabe como una simple comida de traje al final de un domingo en la iglesia… donde comemos, nos sonreímos, y fingimos oír por encima de la algarabía a la persona que tenemos al otro lado de la mesa (perdón por hablar como viejito).
El púlpito—el tiempo congregacional en la Palabra—es esencial. Sin embargo, por sí sólo, tiene sus limitaciones. De esa manera no se trasmiten los matices de un discipulado. Se requiere otro espacio—otro formato—para que prospere.
Aquí es donde entra el concepto de la sobremesa.