He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo. Apocalipsis 3:20 (RVR60)
Hace poco, nos invitaron unos amigos nuevos a cenar. Llegando a su casa, nos recibieron con una bienvenida muy calurosa. Junto con una cena riquísima, todo lo suyo hablaba por ellos… la entrada acogedora, los espacios amplios con techo abierto, cocina expansiva y mesa para acomodar a más de 20 invitados. Esta pareja acostumbraba recibir y abrazar a la gente.
Y obviamente, les dio gusto recibir y abrazarnos a nosotros también. Preguntaron por nosotros. Nos fuimos conociendo en la sobremesa. No hablamos puras trivialidades. Fue una charla intencional, aunque nunca pasó a ser invasiva. Nadie intentó imponerse a la fuerza.
Resultó que los cuatro somos seguidores comprometidos de Jesús. Fue enriquecedor compartir de los caminos distintos que tomamos para servirle… mientras celebramos la obra del Espíritu Santo en cada uno de nosotros. ¿Lo mejor de todo? La dicha de pasar un buen rato sin pretensiones y con mucho gozo.
Una Simbiosis Primaria…
La hospitalidad y la humildad van de la mano. Juntas, se hacen un reflejo claro de Jesús. No veo cómo puede existir una sin la otra. Estas dos cualidades vividas ante nuestros ojos son lo que más falta hace al inicio de nuestra vida en Jesús. La fortaleza de espíritu y la frescura de una vida nueva dependerán de ellas.
¿Cuándo nos convertimos en seguidores de Jesús? Miramos atrás a esa temporada y nos acordamos de personas claves que nos recibieron… nos abrieron la puerta de su casa—y de su refri también… nos contestaban cada pregunta tonta sin ninguna mueca de dolor.
Sobremesa… el arma más filoso en nuestro haber para servirle a Jesús con propósito y amar a la gente sin ningún ‘pero’. Nos conducirá a relaciones estrechas y duraderas. Será el invernadero para cultivar discípulos de a de veras.
La única manera de hacer discípulos comienza con la hospitalidad, humildad, apertura, disponibilidad… y una gran cantidad de comida y abrazos.