Nuestra obediencia al evangelio abarca el hacer discípulos. Así que, ¿dónde está la receta? “Todo lo que necesitas está en la Biblia,” nos decían. A primera vista, nuestro manual de instrucciones—la Biblia—parece un tanto desorganizado. Y resulta que todos nuestros esfuerzos por compilar el máximo manual de instrucciones siguen fallando. ¿Por qué?
Porque el hacer discípulos no es un método pedagógico. No es una clase de catecismo. El compartir buena información con mucho entusiasmo tampoco lo logra. Es como intentar que el agua en una silla se ponga derechita.
La constante en la ecuación de hacer discípulos no es el fervor con que nos asimos a un conjunto de doctrinas… ni qué tan impresionantes sean nuestros sermones dominicales.
Se trata de formar buenas relaciones… cómo formar una nueva… cómo hacerle crecer… cómo mantenerla… y cómo hacer que se integre a nuestro andar con Cristo.
Ha de ser primordial que abracemos a la gente—gente de todo tipo—como lo hacía Jesús. El construir relaciones duraderas se tiene que preservar como la meta primaria. Me percato en seguida si disfrutas estar conmigo o si me estás calentando para venderme algo. Seguramente tú te darás cuenta igual. ¿Eres verdaderamente querido o eres simplemente un posible cliente más?
Así que nuevamente… las relaciones son el medio más adecuado para el discipulado. En cuanto esto sea nuestra mantra, empezaremos a ver cómo se podría realizar en nuestro rincón del mundo.
Vale la pena visitar de nuevo una de las metodologías de Jesús.
LA SOBREMESA…
Nunca subestimes el potencial de una comida o una cita sobre un café.
¿Cómo terminó siendo tan importante la Cena del Señor? Jesús la planeó. Salió de una hora crucial, un evento traumático que se aproximaba, la intimidad de una célula de seguidores… entretejido con un propósito que trascendía todo. De un momento que fácilmente se convertía en el miedo y el pánico sale a relucir un ejemplo de calma divina, una ilustración gráfica y una promesa de esperanza eterna.
Y os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre. Matthew 26:29 (RVR60)
Si hoy anduviera por este desierto tan frenético y sediento que llamamos hogar y patria, ¿qué haría Jesús? Quizá diría nomás… ¡Comamos!
Quién sabe qué resultaría…