¿Cómo nos capacita nuestra comunión con el Buen Pastor para ser buenos pastores? Pensemos primero en su trato con nosotros.
“Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.” (Efesios 2:10 RVR1960)
“¿No podré yo hacer de vosotros como este alfarero, oh casa de Israel? dice Jehová. He aquí que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano, oh casa de Israel.” (Jeremías18:6, RVR60)
“Hechura suya” implica milagro y proceso. “Cristo en nosotros” es el milagro. Nuestra maduración—mientras vivimos—es el proceso. El Buen Pastor siempre está con nosotros. Nos abraza, nos ama, nos anima, nos perdona, nos enseña, nos atrae a que seamos más como él, nunca se da por vencido, y nunca nos suelta. Por tanto, conviene que nos examinemos continuamente para ver si hay algo en nosotros que estorbe el proceso.
La esencia de ser pastor pide ser revisada. Analicemos sin prejuicios e ideas preconcebidas… como borrón y cuenta nueva. Deberíamos empezar desde cero e ir reconstruyendo con cuidado. Nuestro entorno actual está plagado de tradiciones injustificables. Además, nos medimos a veces con un criterio mundano: mientras más rendimos, más aprobados somos—como si fuéramos ejecutivos de empresa.
No aprendo rápido, pero creo que llevo cierta ventaja, igual que otros como yo. Ministrar más de 40 años en otro país, otra cultura, y otro idioma me liberó de seguir pensando como un simple americano. Me obligó a evaluar muchas cosas. Desde 2017, he vivido nuevamente en este territorio llamado Estados Unidos. Voy mejor, pero me sigue costando trabajo readaptarme. Se hacen cosas aquí que plantean como fundamentales y universalmente aceptables. A menudo, veo las mismas costumbres como superfluas… y, a veces, hasta raras.
Mi definición de la esencia del pastoreo: ver a Jesús hacer en otros lo que hace en nosotros.
¿Ya ves? Nunca tuvo que ver con nosotros. Las pérdidas nunca llegan con la intención de debilitar nuestro ministerio. Al contrario, mediante ellas, Dios pretende refinar la singularidad de nuestro testimonio. Seremos empoderados para tocar vidas que otros no… con nuestra confianza tranquilizante, nuestra esperanza viva, y la plena certeza de nuestra salvación eterna.
¿En qué dirección vamos: hacia adelante o hacia atrás? La nostalgia se define como: “el sentimiento de pena por la lejanía, la ausencia, la privación o la pérdida de alguien o algo querido.” Seguramente, todos conocemos a alguien que parece estar atascado en un pantano de autocompasión. La pérdida se ha hecho piedra de tropiezo. Hay una decisión clara a tomar aquí: seguir alimentando la nostalgia por lo que se haya perdido o abrazar el reto que Dios nos ha asignado para el futuro.
El Espíritu Santo pretende convertir nuestro pantano de nostalgia en combustible para nutrir nuestro ministerio a los demás.
El cúmulo de experiencias de vida, pérdidas, y dolores produce un testimonio único en cada uno de nosotros. Nuestra presencia puede ser de gran ayuda para mitigar la pena de la gente dolida que Dios ha puesto en nuestro camino. Más importante aún: podemos facilitar que vean que su propio dolor—al igual que el nuestro—tiene un propósito. Será para ellos una chispa de esperanza en cuanto al futuro. Todos somos llamados—aun en nuestro dolor—a ponernos al lado de quienes necesiten la esperanza que ofrece nuestro evangelio.
¡Ejemplo vivo del discipulado! Aquí hay una visión de personas rotas y afligidas que encuentran una esperanza renovada y una utilidad importante en el trabajo del reino de Dios.
¿No es esto la esencia del pastoreo?