Siempre me fascina ver bailar a una pareja cuando se mueve como un solo ser. De igual manera me encanta ver cómo los hijos de Dios bailan con naturalidad nuestro estilo de danza. Es la danza de Cristo en nosotros—tesoro en vasijas de barro—la debilidad absoluta bailando con el poder absoluto—el baile sincronizado más bello que hay. De repente, nos encontramos bailando a destiempo… pero siempre queremos recuperarnos para disfrutar de esa perfecta armonía nuevamente.
Cuando llegan las crisis de salud, oigo cosas como: “vamos a enfrentar esta batalla juntos. Perder no es una opción. Tenemos que ganar. Si este médico no puede, buscaremos a uno que sí.” Y, cuando el (la) paciente fallece: “Luchó valientemente. No pensamos que aguantara tanto.” Y, a veces va casi así: “Ibamos bien, pero Dios no se presentó hoy. Faltó que oráramos más. Bajamos la guardia, pues nuestra fe se debilitó.”
Seguir nuestro baile en total sincronización significa hallar un equilibrio entre pedir por la salud y aceptar nuestra realidad. Hay un pasaje en la Biblia que es como cimiento para nuestras almas…
“respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo.” (2 Corintios 12:8-9 RVR1960)
Adelante… pídele al Señor que te sane a ti o a tu ser querido. Pero, después de unos largos espacios de silencio, tal vez sea hora de subir al siguiente nivel:
Confórmate… no que tires la toalla, sino que te sometas a la voluntad soberana de Dios.
Regocíjate… en tu nueva fuente de fortaleza. Sí... ¡fuente de fortaleza!
“Porque así como abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así también por el mismo Cristo abunda nuestra consolación.” (2 Corintios 1:5 RVC)
Recordamos el sufrimiento con mucho detalle y en color. ¿Tan inmersos vivimos en el consuelo divino que también lo recordamos con mucho detalle y en color? ¿Salimos aliviados y repuestos por el consuelo del Espíritu Santo? ¿Hablamos tanto de lo que ganamos como de lo que perdimos?
Debemos afrontar nuestra adicción a la vida cómoda. Nuestra meta mayor no es que el dolor se mantenga lo más lejos posible de nosotros. Una vez aclarado este punto, podemos enfocarnos en nuestra verdadera razón de ser—servir a Dios y ayudar al prójimo—aun cuando seguimos asediados por nuestro propio dolor.